martes, 8 de enero de 2013

LAS MAMA(RRACHA)DAS DE LA RAE



Aún a riesgo de que algunos me reprochen que me contradigo con respecto a mi antigua entrada “G versus J” (y no me contradigo, digan lo que digan), pretende ser este post una crítica a los desmanes perpetrados en los últimos tiempos por la RAE, sin llegar a la estúpida caricatura de la que hace alarde Arturito Pérez Reverte en su artículo “Limpia, fija y da esplendor”. Naturalmente, dicho texto lo escribió el “novelisto” (válgale tal denominación a fuer de “machito”) tres años antes de ser nombrado académico. Me gustaría a mí verlo ahora sostenella y no enmendalla.
Conste que no intento ser exhaustivo en mi censura. Ni quiero. Sólo traeré a colación alguna que otra pifia que sirva como botón de muestra de la desacertada forma de actuar de tan ilustre institución.
Algunos pensarán que estas críticas sobran porque, aducen, la RAE no es legisladora. José Manuel Blecua dijo que la lengua no la dicta la Academia sino que se hace en la calle. Bien. Eso es cierto. Pero la realidad es que si un niño escribe una palabra con dudosa ortografía en un examen, su profesor se remitirá a la RAE como principio de autoridad para decidir si el término está bien o mal escrito y, acorde con eso, aprobará o suspenderá al discente. Lo que puede generar conflictos. ¿Qué pasará si el alumno (o sus padres) presenta una protesta argumentada porque lo  han suspendido en función de las descabaladas modificaciones introducidas en el idioma patrio por los “sabios”?
Pero de nuestras protestas lingüísticas la RAE hace tanto caso como hacen los políticos de las otras. Encaramados en sus tribunas, todopoderosos, pretenden representar el sentir popular cuando nos ignoran. Y si, llevados por la pereza o la ignorancia, hay quienes los aplauden ante la perspectiva de no tener que aprender a poner tildes, por ejemplo, no deberían hacerlo. No vale que se sientan apoyados por “boutades” como la de García Márquez en su discurso “Botella al mar para el dios de las palabras”,  donde no deja de confundir el culo con las témporas aferrandose a la impunidad que le da su prestigio. Habrían, más bien, de tener en cuenta la racionalidad y el sentido común. Me explico. Aunque no estoy de acuerdo, por motivos estéticos entre otros, no me hubiese parecido mal del todo hacer  tabla rasa de la distinción entre los grafemas “b” y “v”, puesto que fonéticamente casi todos los hispanohablantes sólo usan la “b” y en este caso el contexto sí puede aclarar posibles equívocos. A nadie se le ocurrirá pensar que una baca de coche pasta hierba en un prado. Pero no sucede lo mismo en otros casos. Por ejemplo, la eliminación del acento ortográfico en el adverbio “sólo”, que lo diferencia del adjetivo “solo”. La desaparición de la tilde en este caso (y en otros) se basa en que los vocablos a los que diferenciaba el acento diacrítico pueden distinguirse perfectamente por el contexto. Eso dicen. Falso. Pondré un ejemplo que demuestra la inexactitud de semejante afirmación.
Conversación entre madre e hijo:
“-¿Dónde estuviste, hijo?
-Fui solo a la playa” o “Fui a la playa solo”.
La pregunta: ¿Fue sólo (solamente) a la playa o fue solo (sin nadie) a la playa?
Pero desengañémonos. No harán a nadie el más mínimo caso. Su petulancia es proverbial. Jamás se equivocan. Igual que los políticos. ¿Habéis visto a algún político que haya admitido alguna vez que se ha equivocado o que ha perdido?
Hace algunos años, tras pasar un par en México, escribí a la eximia RAE haciéndoles notar que el origen etimológico que atribuyen a la palabra mariachi es erróneo o, al menos, está en proceso de investigación. Véase la definición en el DRAE:

mariachi o mariachis.
(Del fr. mariage, matrimonio).
1. m. Música y baile populares mexicanos procedentes del Estado de Jalisco.
2. m. Orquesta popular mexicana que interpreta esta música.
3. m. Cada uno de los componentes de esta orquesta.
4. m. Conjunto instrumental que acompaña a los cantantes de ciertas danzas y aires populares mexicanos.

Obsérvese que pontifican: Del fr. mariage, matrimonio. En mi carta les advertía, sin prepotencia ni “acritud”, que no estaba claro que ese fuera el origen del vocablo, por lo que no tendrían que asegurar lo que aseguran tan taxativamente. Y les daba pruebas que me evitaré redactar remitiendo al lector a un artículo de Homero Campa que las expone de mil maravillas: “El mariage, un mito etimológico”. Creo que ahí se argumenta de forma suficientemente seria la teoría que niega el origen francés de la voz. En todo caso, lo bastante como para moderar el tono de su presentación en el DRAE y sustituir  “Del fr. marriage” por “De or. inc.”, como hacen con todas aquellas de origen incierto, hasta estar completamente seguros del asunto.
¿Hicieron algún caso a mi llamada de atención? ¿Tuvieron, al menos, la cortesía de comunicarme que pensaban que estaba equivocado? Dejaré que vosotros contestéis a la pregunta.

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